domingo, 21 de enero de 2007

Toquen fuerte

¡Cómo me molesta! Mucho. Me molesta mucho, muchísimo. Me enfado de una manera incontrolable. Me pongo violento. Me fastidia demasiado que me pidan que baje el volumen de la música, que me digan relájate, la música tiene que ser de fondo, así no se puede hablar. Me produce repulsión que me digan eso. Me siento ofendido, ciño mi alma con la de un músico y creo que es una falta de respeto que digan que es para fondo.
Música de fondo ¿que es eso? ¿música de ascensor? No tengo nada con los creadores de la música de ascensor, pero eso no es realmente música. Eso es un trabajo como ser abogado, ingeniero o contador. No es arte. El arte es para relajarse... Sí, pero para dejarla ser en nuestro adentro. Para que nos alborote la conciencia, el subconsciente y el inconsciente. Las melodías son para sentirlas, para dejar que vibren en el interior de nuestro cuerpo, para que se entremezclen con nuestros seres. No para que esté de fondo. Para fondo son los ritmos de dos notas de las publicidades mediocres de algún producto de empresas multinacionales, no el arte.
Me molesta que callen al arte, por eso si me piden que calme a las almas grabadas, no hago caso. No hago caso, y desafiante hago oídos sordos subiendo el volumen al máximo.

sábado, 20 de enero de 2007

Liberarme y poder descansar

Camino por un boulevard volviendo a casa, esquivo las miradas. Nadie me mira, pero yo juego a esquivarlas. Pienso que me encuentro realizando una misión de sumo secreto para un grupo de revolucionarios estrategas que planean cambiar esta ciudad. Cambiar la ciudad y quizás el país. Pero por ahora en sus proyectos a corto plazo está como objetivo esta ciudad. Dejar la gente buena, eliminar la mala, poner un aire acondicionado central en la urbe. El aire acondicionado en el parque principal.
Da la casualidad que me imagino el aire acondicionado y de repente registro una impureza en mi garganta. Siento como si un pecado me molestara en mi cuello. Hago un esfuerzo con los tendones del soporte cerebral, elevando así a la boca una espesa sustancia. Es verde. Llena de suciedad. Contaminada, aseguro que viene del alma. Debo salvarme. De repente vuelve mi devoción a Dios. Debo deshacerme de ella, de esa maldita producción de la nicotina. Nadie sabe que puede suceder en el instante siguiente. Si quiero llegar a las puertas del cielo debo desecharla.
Respiro profundamente con disimulo por mis orificios nasales. Y, luego de un recorrido alentador por mis órganos internos, lo que quedó de lo que fue oxigeno despedido por un empujón de mi cuerpo, se va por mi boca. Junto a él, una cama en el infierno hecha flema.
Estoy aliviado, liberado como un santo. Pero tengo un remordimiento. Me pesa mi obligación, mi trabajo. Por primera vez me preocupa el trabajo. Será por que me agrada trabajar para algo que realmente me gustaría que sucediera. Creo que me van a despedir. Los revolucionarios que me contrataron, lo hicieron para salvar la ciudad, para embellecerla. Mi salivazo no ayudó en nada. Mi baba contribuyó solo a contaminar aún más este lugar.
El próximo que respire alrededor de las cuatro baldosas que cercan mis miserias, estará contaminado, estará contagiado ¿Como no perder el trabajo? Pienso. Debo cuidar que la gente buena no lo respire, que si se contamina alguien, sea la gente mala. Aunque no me contrataron para eliminar a nadie, creo que me lo agradecerán mis jefes.
Rodeo el escupitajo, celoso lo protejo. Un agudo sonido fugaz, despertador. Es el freno de un auto. Me devuelve a la realidad, la deslizada de las llantas. Me doy cuenta que en la próxima esquina debo doblar a la derecha para ir a mi departamento. Me invade el mundo de verdad. Me invade nuevamente, la idea de que no hay nadie que quiera cambiar a esta ciudad. Me invade, y yo ahora solo deseo doblar en la esquina para volver a casa y descansar.

La magia de internet

Otro día. Otra noche que me escapo de la rutina, que rompo las cadenas que me atrapan a ella. Me entrego a navegar por las aguas digitales de la Internet. A encontrarme con alguna amante desconocida. A seducir en ficciones, con algún personaje de mi imaginación: alguna estrella de rock en potencia, algún pintor surrealista en escala, algún surfer de riachuelo esperando el océano. Quien sabe.
Me abrazo a volar con mi mente; que me lleve a donde nunca estuve, ya sea por poder, por el deber o por el querer; que el monitor me disfrace, que enfunde mi personalidad en esos refugios de solteros que esperan a un nuevo tren o a su único tren; que la correspondida se sienta engatusada por mi fantaseo. Así poder sentirme libre, sentirme pecador por unas horas. Ser infiel. Saberme astuto. Hasta a veces dejo encendida la computadora. Dejo para que ella me descubra, y ocultarme en que yo no me llamo ni Juan, ni Bautista, ni Simón. Siendo aun más pícaro, ironizando... ¿Yo me llamo Gonzalo?

jueves, 18 de enero de 2007

La revolucion, en las calles esta

Ahí estaba él. Todo empolvado el lomo. Su pelaje duro, sucio, marrón, teñido de marrón por todo su andar. Seiscientos días de soledad en la calle. Descubriéndose paso a paso.
Se había escapado; se había alejado de las comodidades que le ofrecía el día a día; a conocerse, a interiorizarse.
En el poco más de año y medio que recorrió solo había conseguido unos cabellos con rastas a duras penas y unas enfermedades inconcebibles para alguien de su raza. Pero con el tiempo también llegó a cambiar el rumbo. Alcanzó algo especial. Pudo vencer los prejuicios de muchos caricaturistas. Logró la amistad con un felino. Quien lo guío para enfrentarse a las mañas de los callejones. Lo educó a conquistar con las miradas. Le enseñó a auto bañarse en salivas.
Se metieron en mil problemas. Y como se metieron, salieron. Eran imparables. Conseguían comida, librarse de todo enemigo, llegar al corazón de las mujeres que quisieran.
Tenían sus diferencias.
A él le gustaba jugar a asustar a los repartidores, repartidores de lo que fuera, ya sea de diarios, de leche, de correo. No importaba. El amaba asustarlos. Era una obsesión nunca tratada.
Su compañero era más tranquilo, más silencioso. Mucho más pensativo. En su mudez buscaba entender al mundo. Amante del orden. Podría haber sido incompatible la amistad, pero no fue así. Se entendían. Como toda amistad se aceptaban, al fin y al cabo de eso se trata. De aceptarse. De aceptar al otro tal cual es, sino no funciona. Fue tanta su amistad, su compañerismo, que terminó por revolucionar la ilustración. Cambió el paradigma de la animación. Las productoras infantiles debieron adaptarse. Tanto es así que hasta hoy les rinden honor con un programa inspirados en ellos. Un programa con su media hora diaria durante toda la semana. Un programa que invita a romper con los esquemas, a deshacernos de los prejuicios. Un programa, un perro, un gato. Un gato, un perro, hecho uno. Hecho un catdog. Un catdog.

miércoles, 17 de enero de 2007

Todo sea por los kilos

Recuerdo el partido de anoche. Fue una guerra. Fue una batalla, no una guerra. Faltan todavía varias batallas de esta guerra, de este campeonato.
Nuestros hombres quedaron destrozados. Perdimos a uno. Lo perdimos en una jugada de uno a uno. Esas luchas en que los movimientos ofensivos, los movimientos defensivos se reproducen en cámara lenta. Al eludir al rival, Juan, fue sorprendido por un pie traidor, por un tramposo palo en la rueda. Allí fue cuando la gravedad lo venció y cayó al suelo rodando sobre si.
Debemos buscar un reemplazante. Un reemplazante en serio. Nuestros suplentes son solo una imagen, son para consuelos de ellos mismos, para que puedan recibir honores si ganamos la guerra o para que queden en la memoria con orgullo si es que la perdemos. Llamaremos a algún viejo amigo olvidado que conozca sobre el arte del balón, o mejor aún, a algún profesional del balón. Contrataremos a alguien, como hacen las grandes naciones con los mercenarios preparados por años. Eso mismo haremos, contrataremos a algún jugador con antecedentes, con entrenamientos soportados en sus pantorrillas. Esos mágicos jugadores de toda la cancha.
Todo sea por esta guerra. Al fin y al cabo los fines justificaran los medios. Nosotros igualmente sentiremos la camiseta. El que no lo hará será el contratado. Aunque le pagaremos, si es necesario, tanto como para que lo haga. No tenemos otra alternativa, frente a contrarios que se preparan con todo. Se preparan diariamente dos sesiones. Injieren productos químicos de alto contenido radioactivo. Por eso, ¿por qué nosotros no podríamos contratar a un jugador que disminuya un poco la diferencia que existe entre nuestros contrincantes y nosotros? ¿Sería eso injusto? Es más, por como son estas batallas y por como es el entrenamiento de los otros, creo que esto de pagar por los servicios de alguien, dejó de ser una simple opción, para convertirse en una obligación del equipo para con nuestra gente.Las batallas cada vez son más feroces, es como si no se peleara simplemente por el premio de los kilos de vaca para el asado, sino por nuestros kilos. En una especie de canibalismo salvaje se convirtió el campeonato. Quizás son los productos que toman los otros equipos que los hacen ponerse tan tensos y monstruosos como para devorarnos.
Siempre me dijo mi padre que eso de tomar productos era un peligro. Yo pensaba que era un peligro físico pero sucede que también es una cuestión psíquica.
Ellos buscan ahora nuestros kilos. Nosotros nuestros kilos. Todos buscan nuestros kilos. Pero mientras ellos buscan los kilos que nos quedan, nosotros recuperar los que perdimos en todos los partidos.
Creo que deberíamos solicitar la modificación de nuestra inscripción, y en los formularios inventarnos alguna enfermedad de contagio por vía oral, para que se olviden del hambre; o empolvorearnos con algún condimento en mal estado que con la mezcla del sudor dé un muy feo sabor, y que así jueguen por los kilos del campeonato y no por los nuestros. Además deberíamos informarles que la final es un kilo y medio por persona de carne de vaca. Si nos devoran a nosotros, con lo flacos que estamos, nos van a sacar dos kilos por cada uno. Pero si tienen en cuenta que esos dos kilos son abriéndonos, ensuciándose en sangre, raspando todos nuestros huesos; toda esta tarea que los haría perder un kilo en transpiración aproximadamente, y quedar descalificados. Les es más conveniente seguir compitiendo sanamente por el premio final. Y si pueden ganar la guerra, ganarla. Por que ganar la guerra es ganarle a la vaca.