miércoles, 17 de enero de 2007

Todo sea por los kilos

Recuerdo el partido de anoche. Fue una guerra. Fue una batalla, no una guerra. Faltan todavía varias batallas de esta guerra, de este campeonato.
Nuestros hombres quedaron destrozados. Perdimos a uno. Lo perdimos en una jugada de uno a uno. Esas luchas en que los movimientos ofensivos, los movimientos defensivos se reproducen en cámara lenta. Al eludir al rival, Juan, fue sorprendido por un pie traidor, por un tramposo palo en la rueda. Allí fue cuando la gravedad lo venció y cayó al suelo rodando sobre si.
Debemos buscar un reemplazante. Un reemplazante en serio. Nuestros suplentes son solo una imagen, son para consuelos de ellos mismos, para que puedan recibir honores si ganamos la guerra o para que queden en la memoria con orgullo si es que la perdemos. Llamaremos a algún viejo amigo olvidado que conozca sobre el arte del balón, o mejor aún, a algún profesional del balón. Contrataremos a alguien, como hacen las grandes naciones con los mercenarios preparados por años. Eso mismo haremos, contrataremos a algún jugador con antecedentes, con entrenamientos soportados en sus pantorrillas. Esos mágicos jugadores de toda la cancha.
Todo sea por esta guerra. Al fin y al cabo los fines justificaran los medios. Nosotros igualmente sentiremos la camiseta. El que no lo hará será el contratado. Aunque le pagaremos, si es necesario, tanto como para que lo haga. No tenemos otra alternativa, frente a contrarios que se preparan con todo. Se preparan diariamente dos sesiones. Injieren productos químicos de alto contenido radioactivo. Por eso, ¿por qué nosotros no podríamos contratar a un jugador que disminuya un poco la diferencia que existe entre nuestros contrincantes y nosotros? ¿Sería eso injusto? Es más, por como son estas batallas y por como es el entrenamiento de los otros, creo que esto de pagar por los servicios de alguien, dejó de ser una simple opción, para convertirse en una obligación del equipo para con nuestra gente.Las batallas cada vez son más feroces, es como si no se peleara simplemente por el premio de los kilos de vaca para el asado, sino por nuestros kilos. En una especie de canibalismo salvaje se convirtió el campeonato. Quizás son los productos que toman los otros equipos que los hacen ponerse tan tensos y monstruosos como para devorarnos.
Siempre me dijo mi padre que eso de tomar productos era un peligro. Yo pensaba que era un peligro físico pero sucede que también es una cuestión psíquica.
Ellos buscan ahora nuestros kilos. Nosotros nuestros kilos. Todos buscan nuestros kilos. Pero mientras ellos buscan los kilos que nos quedan, nosotros recuperar los que perdimos en todos los partidos.
Creo que deberíamos solicitar la modificación de nuestra inscripción, y en los formularios inventarnos alguna enfermedad de contagio por vía oral, para que se olviden del hambre; o empolvorearnos con algún condimento en mal estado que con la mezcla del sudor dé un muy feo sabor, y que así jueguen por los kilos del campeonato y no por los nuestros. Además deberíamos informarles que la final es un kilo y medio por persona de carne de vaca. Si nos devoran a nosotros, con lo flacos que estamos, nos van a sacar dos kilos por cada uno. Pero si tienen en cuenta que esos dos kilos son abriéndonos, ensuciándose en sangre, raspando todos nuestros huesos; toda esta tarea que los haría perder un kilo en transpiración aproximadamente, y quedar descalificados. Les es más conveniente seguir compitiendo sanamente por el premio final. Y si pueden ganar la guerra, ganarla. Por que ganar la guerra es ganarle a la vaca.

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