sábado, 20 de enero de 2007

Liberarme y poder descansar

Camino por un boulevard volviendo a casa, esquivo las miradas. Nadie me mira, pero yo juego a esquivarlas. Pienso que me encuentro realizando una misión de sumo secreto para un grupo de revolucionarios estrategas que planean cambiar esta ciudad. Cambiar la ciudad y quizás el país. Pero por ahora en sus proyectos a corto plazo está como objetivo esta ciudad. Dejar la gente buena, eliminar la mala, poner un aire acondicionado central en la urbe. El aire acondicionado en el parque principal.
Da la casualidad que me imagino el aire acondicionado y de repente registro una impureza en mi garganta. Siento como si un pecado me molestara en mi cuello. Hago un esfuerzo con los tendones del soporte cerebral, elevando así a la boca una espesa sustancia. Es verde. Llena de suciedad. Contaminada, aseguro que viene del alma. Debo salvarme. De repente vuelve mi devoción a Dios. Debo deshacerme de ella, de esa maldita producción de la nicotina. Nadie sabe que puede suceder en el instante siguiente. Si quiero llegar a las puertas del cielo debo desecharla.
Respiro profundamente con disimulo por mis orificios nasales. Y, luego de un recorrido alentador por mis órganos internos, lo que quedó de lo que fue oxigeno despedido por un empujón de mi cuerpo, se va por mi boca. Junto a él, una cama en el infierno hecha flema.
Estoy aliviado, liberado como un santo. Pero tengo un remordimiento. Me pesa mi obligación, mi trabajo. Por primera vez me preocupa el trabajo. Será por que me agrada trabajar para algo que realmente me gustaría que sucediera. Creo que me van a despedir. Los revolucionarios que me contrataron, lo hicieron para salvar la ciudad, para embellecerla. Mi salivazo no ayudó en nada. Mi baba contribuyó solo a contaminar aún más este lugar.
El próximo que respire alrededor de las cuatro baldosas que cercan mis miserias, estará contaminado, estará contagiado ¿Como no perder el trabajo? Pienso. Debo cuidar que la gente buena no lo respire, que si se contamina alguien, sea la gente mala. Aunque no me contrataron para eliminar a nadie, creo que me lo agradecerán mis jefes.
Rodeo el escupitajo, celoso lo protejo. Un agudo sonido fugaz, despertador. Es el freno de un auto. Me devuelve a la realidad, la deslizada de las llantas. Me doy cuenta que en la próxima esquina debo doblar a la derecha para ir a mi departamento. Me invade el mundo de verdad. Me invade nuevamente, la idea de que no hay nadie que quiera cambiar a esta ciudad. Me invade, y yo ahora solo deseo doblar en la esquina para volver a casa y descansar.

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