Otro día. Otra noche que me escapo de la rutina, que rompo las cadenas que me atrapan a ella. Me entrego a navegar por las aguas digitales de la Internet. A encontrarme con alguna amante desconocida. A seducir en ficciones, con algún personaje de mi imaginación: alguna estrella de rock en potencia, algún pintor surrealista en escala, algún surfer de riachuelo esperando el océano. Quien sabe.
Me abrazo a volar con mi mente; que me lleve a donde nunca estuve, ya sea por poder, por el deber o por el querer; que el monitor me disfrace, que enfunde mi personalidad en esos refugios de solteros que esperan a un nuevo tren o a su único tren; que la correspondida se sienta engatusada por mi fantaseo. Así poder sentirme libre, sentirme pecador por unas horas. Ser infiel. Saberme astuto. Hasta a veces dejo encendida la computadora. Dejo para que ella me descubra, y ocultarme en que yo no me llamo ni Juan, ni Bautista, ni Simón. Siendo aun más pícaro, ironizando... ¿Yo me llamo Gonzalo?
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