domingo, 22 de julio de 2007

Inspiración

Cuando el sol llega al mediodía y los rayos se cuelan por entre las grietas que se forman de los abrazos de las hojas; en el momento justo en que las palomas cortan con su vuelo las luces mientras sobrevuelan las hamacas del centro de la plaza; en ese instante en que la naturaleza nos deleita con esa imagen artística, es cuando llega la hora de su descanso.
El Doctor parte con todas las teorías de sus estudios en busca de una botella de agua mineral finamente gasificada, y unas empanadas de verdura. Deja por una media hora el consultorio en donde cuelgan, en las prolijas paredes, toda la materialización de sus estudios.
Fiel a su rutina se suma al cuadro artístico, posa sus glúteos en un banco ubicado a la orilla del arenero.
Los niños corren felices. Felices por falta de problemas, por falta de preocupación en los problemas o simplemente porque faltó algún profesor y los dejaron salir temprano de la escuela. Los nenes corren sumándose a la escena. Sus labios regalan sonrisas más luminosas que el mismo sol.
A pesar del alborto que ocasionan, al Doctor no lo inquietan. Por el contrario lo llenan de alegría, de mundo. Siente estar vivo. Hay algo más allá de las cuatro paredes que lo rodearon durante toda su mañana.
Con su cara larga, flaca, gris, con su piel resquebrajada y con su traje marrón gastado, donde esconde el diario del día, disfruta sus empanadas. Risas, pasamanos, vendedores ambulantes y algodones de azúcar envuelven su descanso.
El Doctor observa el columpio que impulsan sin dejar escapar. Con su mirada recorre punta a punta el pasamanos, calcula los kilos de fuerzas que se devora. Curiosea a la infancia; detiene su mirar en un niño, en una niña, en una hamaca. Los tres confundidos en una imagen, en una gran imagen.
Piensa. Piensa en la comunión que se produce, en lo que esconde ese subir y bajar, en los altibajos que alguna vez sufrió, en el mareo. Piensa, y se pregunta:
-¿Dónde quedó todo aquello?
El niño, la niña; la niña, el niño; se pelean, se retuercen, se presumen. Sus manos fundidas por lo pegajoso del algodón de azúcar que compartieron, sus rodillas empolvadas, sus remeras escolares manchadas por el helado que se les derramó. Helado que de sus bocas mutuamente se robaron.
Los dos chicos muestran toda su vanidad, su soberbia; y tan sólo para poder esconder por un par de años más su amor, hasta que la edad les permita confesárselo.
El reloj central marca las 12:25; la bomba de oxigeno se le agota y el hombre aún no desenfundó su diario. Él no se altera, quizá no se da cuenta, o simplemente no le importa y se da una licencia. Allí está saboreando en su imaginación las manzanas acarameladas, las cometas en el parque, los triciclos, los turrones. Saborea, y se pregunta:
-¿Por qué esos silencios...quién se llevó nuestras palabras?-
Los padres se acercan a sus chiquillos, se saludan entre sí, intercambian opiniones del clima y de la escuela. Los niños, mientras, tiran desde lo bajo las camisas y vestidos de sus mayores exigiendo la partida, no sin antes concretar un encuentro en la misma plaza para la tarde del otro día. Un encuentro donde tal vez se esconde un eventual novio, una eventual novia.
El arte se tiñe de blanco y negro. El columpio es empujado por el viento, el pasamanos escasea de deditos, la hamaca emite un triste sonido donde subyace su sed de aceite.
Son las 12:50; el reloj no da tregua pero el Doctor esta flotando en sus recuerdos, sin conciencia para tener eso en cuenta.
Se para, camina hacia el centro del arenero. Va sacando un paquete de cigarrillos, toma uno. Lo enciende. Fuma sin tragar el humo. Nuevamente posa sus glúteos, pero esta vez en la hamaca. Sus rodillas unidas bajo el cruce de brazos, los que le hacen de mesa para apoyar su mentón. Su cara arrugada como la de un cachorro suelta una lagrima que atesora nostalgia. Fuma, traga y se pregunta:
-¿Será tal vez porque no volví la tarde siguiente?-

Todo se va volcando en el bastidor. De a pinceladas se va grabando. El blanco y el negro se entremezclan, surgen los grises. Una lagrima; el tono justo. Unas pinceladas más para estar eternizado, y al final mi firma.La plaza, ahora en soledad. Todo el mundo se fue, pero el hombre, la hamaca, el llanto; todos en uno quedaron. Los tres confundidos en uno, en un cuadro.

No hay comentarios: