lunes, 9 de julio de 2007

Mi primer golpe

La familia entera amontonada en un falcón marrón. Era una tarde infernal de enero. Mi hermana mayor junto a mi madre en el asiento delantero de acompañantes. En la parte trasera, mis otras dos hermanas rodilla a rodilla con mi hermano, que me llevaba sobre su falda: los dos haciendo de fiambres en ese sándwich consanguíneo.
Volvíamos con diferentes regalos de la casa de mi abuela. Mis hermanas solo habían recibido unos accesorios femeninos de mis tíos. Mis padres consideraban que ya no tenían edad para recibir cosas en este tipo de festividades.
En cambio, mi hermano y yo, estábamos repletos de juguetes. Nuestros tíos y abuelos nos hacían regalos comunes. Nos dieron una pista de carreras, una casa de playmovil y un cartucho de Mario Bros para el Atari.
Nuestros padres nos hicieron sus propios obsequios. A mi hermano le dieron unos guantes de boxeo -nunca pude llegar a entender como le suministraron con motivo de reyes un instrumento que fomenta el odio-. Él estaba contentísimo, poseído por un boxeador de nombre Carlos al que la televisión siempre mostraba metido en problemas, los que no eran precisamente deportivos; golpeaba a todo lo que se movía, sin importar que era, con una impresionante rapidez.
Recuerdo que gracias a ese domingo se me cayo mi primer diente -de leche por suerte-, de la mano de mi hermano. Y así fue que me quede indefenso en el llanto, con una respiración entrecortada, sin siquiera amagar defenderme con mis nuevos lápices para pintar.

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