martes, 17 de julio de 2007

Señor juez, no voy más al dentista

No voy más al dentista. Ni mis dientes, ni yo.
Hoy fui al consultorio.
-Buenas, ¿cómo anda?-
-¡HOLA! ¡Que grande que estás!- “Que grande que estas”, expresó a pesar de haberme cruzado en la calle hace menos de dos meses, que en términos de ver al dentista es muy frecuente.
Charlamos durante un tiempo. Me hizo sentir cómodo, pero todo era demasiado bueno, y me tuvo que mandar a sentar en su robótica silla.
Su operatoria y mi odio, comenzaron a manifestarse con una doble ración de anestesia. Una dosis tópica, y otra por vía de inyección. Allí fue cuando se despertaron mis sospechas, las que al poco tiempo quedaron sonambuleando junto a mis sentidos. Como para que no se diera la situación de tal manera con tanta droga a la que me expuso.
Toda la morbosa función duró una hora y media, si es que mis cálculos no fueron afectados. Luego tenía el temor a flor de piel. Sólo me animé a arriesgar las palabras justas, como para poder pagarle por su supuesto servicio.
Ahora estoy frente al espejo del antebaño y sonrío en busca de algún cambio. Lo único que encuentro es la cara de la ingenuidad, de la inocencia. La cara de un hombre abusado. Entonces pienso, pienso y recuerdo. Recuerdo lo poco que pude percibir. De pronto se esclarece todo: Me violaron; me violaron la dentadura unas manos enfundadas, propiedad de un cuerpo femenino escudado en delantal y barbijo.
Lo peor de todo, mis dientes hoy sufren bruxismo por la rabia, desde que saben que fue sin amor.

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